14 ago 2010

Nocilla Lab


Culebrón Nocilla (Capítulo CUATRO)

En casa de un vecino de urbanización se ha suscitado hace poco una discusión cuyas calidades de respuesta y niveles de participación ya la quisieran para sí algún que otro corrillo supuestamente literario. Mi participación en ella se ha reducido a decir, cándidamente —es decir, de modo casual, llegando de otra fiesta en donde perdí los zapatos—, que con las pajas mentales no se vende literatura. Y que estando de acuerdo casi al ciento por ciento con las conclusiones a que, cada uno/a a su manera, iban llegando, echaba en falta una licuefacción —nótese el ruido de cubitos de hielo sobre fondo de vaso alto— de sus textos e investigaciones con el fin de que éstos pudieran transferirse al pueblo llano, vago por naturaleza (y abstemio de vanguardias), pero hambriento por cada día ser algo más culto —por ser algo que, entendedme, puede una/o ponerse, como un bolso o una corbata—.

Aludo a la necesaria y necesitada (por los lectores) labor didáctica de la crítica. La conversación se refería, también, a la crítica verdadera, y no a la divulgativa efectuada por la prensa, capaz de cualquier acción destinada a: conservar el puesto de trabajo, contentar a las editoriales propiedad del grupo de comunicación en donde se escriba, alabar bodrios de amiguetes (a los amiguetes en sí me parecería lícito), destrozar obras por envidia, obrar envidias por encargo, envidiar cargos (¿o era abonos?) por obras, y encargar o cagar u obrar birrias en forma de reseñas. La verdadera crítica se dedica a construir, según dicen, con rigor y fundamento, es decir, desde el conocimiento y la experiencia y sin otro objetivo que el puramente filológico, semiótico, referencial, literario. Pero yo sigo sin estar convencido.

Una paja mental en sí, por muy fundamentada que esté y más rigurosa sea, por mucho que ayude a afianzar los basamentos de la literatura mediante su puesta por escrito —o se convierta ella misma en literatura por derecho propio y no como mera adenda o nota a los pies, es decir, se haga autónoma y se independice del fin para el que fue eyaculada—, si sólo es alimento o pasto de dioses, ¿me pueden decir entonces para qué cojones sirve? Sin excluir para nada la finalidad objetiva, no termino de ver, en estos albores de la muerte de la literatura por empacho (aunque también por envenenamiento, distrofias, esclerotización, envejecimiento cultural, primitivismo lector y escritor, y por difuminación y adulteración tanto de sus medios como de sus fondos), el empecinamiento de los verdaderos críticos en una actuación formalmente decimonónica. El pienso luego existo —esa realidad lo subyacente bajo el mantenimiento artificial de estas actitudes—, en su mayoría subvencionado con fondos públicos, y mantenido durante siglos como paradigma de la función cultural, es tan contrario al devenir posmoderno como los ecos recordatorios proustianos, aunque éstos sí merecedores por derecho y arte propios de su blasón colgado en la exposición permanente de óleos. El laboratorio como fin y no como medio. La figura del investigador literario tras libros como alambiques y probetas, ávido de un, por definición, minúsculo reconocimiento por el producto de su labor, que pasará a mejor vida de anaqueles universitarios ávidos de referencias de realidad ausente.

(Mucho me temo que pronto deba desdecirme de todo esto, punto por punto.)

Pero lo cierto es que la verdad debería estar ahí afuera y no en una estantería de consulta, y ahí afuera no hay más que publicidad, panfletos, sedantes, ibuprofeno para unos cerebros atrofiados por el desuso. Si los críticos saben que Dios existe, deberían contárnoslo a los lectores, demostrarlo con menos esdrújulas y más llanas. Y no, como casi siempre sucede, a la inversa: es la presión lectora la que, adelantándose a la crítica, en ocasiones encuentra perlas bajo la basura radioactiva de las mesas de Novedades. Quiénes, si no los lectores, fueron los que empujaron al cambio editorial de Agustín Fernández-Mallo desde Candaya a Alfaguara. Quiénes, si no ellos, mediante un boca a boca ya no tan complicado, consiguieron que se sucedieran las ediciones de Nocilla Dream. Nos dirán que fueron dos, tres críticos. Pero deberemos responder que fueron los traductores o simplificadores de esos críticos quienes señalaron el camino a los siguientes lectores. Que fueron la honestidad de Candaya en sus envíos sin pago por adelantado, la rapidez en la circulación de préstamos inter-lectores, el oye tú, el no lo has leído no sabes lo que te pierdes, el saber de algo distinto, diferente, nuevo e incontaminado y, sobre todo, el leerlo: este magma de factores fue el desencadenante; los efectos fueron las ventas, el cambio editorial, Nocilla Experience y Nocilla Lab.

Centrémonos en el último, el apellidado Lab, sólo sea por el paralelismo metafórico entre el arranque de esta nota y su título. En Lab no se cuenta nada, puesto que todo, de alguna forma, ya estaba ahí, esperando a ser puesto por escrito. Lo más significativo y aparente es su estructura, que el mismo autor, dentro de la novela, define como rizomática. Se trata de un aviso para navegantes críticos, o mejor de una concesión del científico a la crítica literaria. Una aclaración de por qué esto es así y no de otra forma. Un rizoma es un tallo subterráneo (Wikipedia) con varias yemas que crece de forma horizontal emitiendo raíces y brotes herbáceos de sus nudos. La forma de narrar esa nada preexistente de Agustín es, pues, mediante el rizo que va reencontrándose consigo mismo en puntos determinados, repitiéndose en ellos, rozando pasados y futuros y arrancando desde ahí hacia otras direcciones o yemas narrativas. Fernández-Mallo riega esas yemas, esos nudos, que crecen siguiendo direcciones imprevisibles, aumentando a bulto y, según yo lo veo, nunca explotando ni implosionando, sino más bien adueñándose del espacio hasta colmarlo.

Sin lugar a dudas, de las cuatro partes en que se divide la obra, la mejor y más lograda desde el punto de vista estilístico es la primera: un único párrafo de más de setenta páginas con total ausencia de puntos y paréntesis, sólo comas y un par de corchetes. Éste es el rizoma ideal, la raíz del resto de bulbos. Agustín riza rizos y fija puntos de referencia: una pareja en una isla del mediterráneo, una funda de guitarra con material para un Proyecto cuya verdadera identidad no se revelará, un bar y una llamada para avisar de una muerte, un artículo de Vila-Matas sobre otro bar en otra isla, otro bar en Galicia donde un estudiante hace una pregunta absurda a unos comunistas, un hotel en Las Vegas y una novela de Paul Auster traducida al portugués, un coche alquilado, cuatro caminos a elegir, una penitenciaria italiana reconvertida en hotel de agroturismo. Todo ello narrado en un continuum verbal que tiende puentes espacio-temporales entre sucesos y pensamientos y lugares para desembocar en la siguiente parte: una especie de embalse narrativo dentro de un camping —simulacro topológico— que después riza de nuevo hacia la penitenciaria. Luego, cima tensional, dispersión a modo de ecos o residuos y desenlace en forma de cómic.

No esconde Agustín la deuda de Nocilla Lab con el relato Casa Tomada, de Julio Cortázar, raíz narrativa que va engordando y emergiendo y, de esta forma, tomando las riendas del relato, apropiándoselo. Sin embargo, mientras en el cuento de Cortázar hemos de suponer la victoria de los intrusos, en la novela de Agustín no está claro quién está invadiendo a quién, cuál de las dos realidades presentadas es la falsa y cuál la verdadera, vale decir quién el bueno y quién el malo, quién debería salir victorioso por mor del buen fin de la narración. Como tampoco se enmascara la presencia de una tendencia metaliteraria puesta de manifiesto por Enrique Vila-Matas, escritor cuyo Mal de Montano emerge con nitidez tanto en referencias directas como indirectas, dada la soledad cada vez mayor en que el narrador de Lab se va introduciendo hasta llegar a la más pura, con un doble asesinado —que bien podría ser Pierre Menard— criando bichos en la arena, mientras Vila-Matas aguarda entre bastidores la llegada de Agustín, que lleva consigo el deseo citado (de cita) de desaparecer.

Sin embargo, con todas las referencias ofrecidas por el autor, de manera honesta y transparente, Nocilla Lab resulta una novela de difícil interpretación aunque fácil lectura. Sería sencillo definirla desde un punto de vista simple, basado en el aspecto lúdico de su lectura, algo fácil de concluir: cómprala, no te arrepentirás. La idea de analizarla centrándose en su estructura es seductora, pero la reduce a meras mallas y bloques constructivos: unos planos en Autocad más o menos complejos. Entrar en el argumento no deja de ser, también, un ejercicio meramente descriptivo, usurpador del papel de la propia novela, parasitario de su desarrollo, gestor envilecedor de su brillante contenido. Y valorar la inclusión de elementos excéntricos a la narrativa secular, tales como fotografías o viñetas de cómic, a estas alturas de la película literaria sería como vanagloriarse o asombrarse de la aparición de la versificación libre. Lab es algo más: es un Proyecto, el proyecto del que constantemente se habla pero no se desvela su objetivo ni características básicas.

Como parece que no me gusta ninguna de las opciones señaladas, voy a aventurarme por esos callejones de la hipótesis (de laboratorio), tan peligrosos por poco transitados y oscuros y por la elevada probabilidad de tropezar y dar de bruces con el suelo.

¿Y si Nocilla Lab, a la vez que culminación de la trilogía comenzada con Nocilla Dream, fuera también una reivindicación de la autoría conceptual de un movimiento literario, el de la generación nocilla? ¿Una llamada de atención que no busca tanto la atribución de la génesis de un movimiento, como la autoinculpación y, por tanto, la eximición de responsabilidad alguna sobre los otros integrantes del heterogéneo grupo? ¿Es Lab, por tanto, un sacrificio? ¿Mata con ella Agustín al Fernández-Mallo nocillero, lo hace desaparecer del mapa literario, como fuera el deseo metaliterario de Vila-Matas, y con ello entierra toda una performance cultural que ha sido vilipendiada por malentendida? Es decir, ¿se acabó Fernández-Mallo, o sólo se cerró una etapa —muerto el perro se acabó la rabia—? ¿Y los demás, es esto el final del Culebrón Nocilla? ¿Habrá secuelas, o precuelas? ¿O ya no es necesario el término como artefacto, ahora que por ejemplo desapareció Berenice, ahora que ya se consiguieron ciertos objetivos, cuando la agrupación puede acabar perjudicando a los agrupados y quizá sea mejor la diáspora, el spin-off?

No lo sé, voy a reunirme con el productor de esta serie para celebrar una sesión creativa e intentar dilucidar en qué puede desembocar todo esto. Si en una continuación artificiosa, o si en documentales singulares sin más relación entre ellos que un gusto común: el del que esto escribe con el de quienes esto leen.



Acta de la reunión entre productores del Culebrón Nocilla en Bolmangani TV

Se alcanza acuerdo en seguir retransmitiendo la obra de los mejores autores españoles e internacionales, pero procurando su no adscripción gratuita, imitativa y/o caprichosa a movimiento alguno. Además:

—Uno de los reunidos dice que ayer por la noche, en plenos fuegos artificiales de la Feria de Málaga, vendió un Foster Wallace (Algo supuestamente divertido que no volvería a hacer) y un Orejudo (Ventajas de viajar en tren).
—Otro asistente comenta que la gente sólo lee best-sellers, a lo que se contesta con resoplidos y gruñidos de hastío. El asistente dice que no por cansino puede obviarse el tema; dice que, aprovechando el inopinado tirón mediático de BTV, podrían lanzarse algunas propuestas paraliterarias encaminadas a paliar la falta de lectores serios y a purificar la raza escritora.

Tras dos rondas de gintónics, y el mayoritario descarte de varias mociones que nacían de la violencia (verbal y física, pero también escrita), se ponen sobre una servilleta las siguientes iniciativas:

1. La creación de una clínica de desintoxicación para lectores de best-sellers y de sus sucedáneos menos vendidos e incluso invendibles.
2. La creación de academias de lectura, y de cursillos de literatura por correspondencia.
3. Una clínica de curación de compulsiones escribidoras.
4. La promulgación de una ley prohibiendo la autoedición sin mediación de editores que merezcan ser reconocidos como tales por un cónclave de lectores sin mácula alguna en su conciencia curricular.
5. El cierre de un porcentaje más bien alto que bajo de imprentas y la reconversión de sus trabajadores en lectores furibundos de novelas primero decimonónicas, después modernas y, por último y antes de pasar a asuntos de mayor trascendencia, posmodernas.
6. El destierro de los/las dueños/as de las academias de escritura creativa, procurando su cierre o traspaso como cafeterías, o su reconversión nominal en escuelas de alfabetización para adultos con diploma universitario o en vías de obtención.
7. La restricción del uso de los procesadores de textos a aquellos que, como en los casinos, sean incluidos en una lista negra por jugar en exceso con el tiempo, dinero e inteligencia de los lectores.
8. La creación de centros, diurnos y nocturnos, para entretenimiento de escritores despojados, mediante una o varias de las medidas anteriores —al parecer la mutación ha dado lugar a cepas especialmente recalcitrantes—, de su principal medio de deyección.

Finalmente se firma el acta de la reunión por los asistentes que aún poseen ciertas facultades psicomotrices y, ya en la puerta de BTV, se reafirman todos en la intención de continuar con el Culebrón Nocilla (escondiendo los capítulos siguientes entre anuncios publicitarios y algún que otro documental, y sin descartar los reality shows, que tanta audiencia generan), habida cuenta de la importante nómina de grandes autores pendientes de comentario, y de la misma incompletitud de las hagiografías de los ya retratados, lo que desencadenará en el futuro los oportunos y menos costosos revivals.

Y entonces o después nos fuimos a dormir la mona.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Divertidísimo texto pero, si la oveja no pusiera peros no sería negra, encuentro que incurre en diversos paralogismos, entimemas y non sequitur.

José Luis Amores dijo...

¡Oveja!, caro amico, te echaba de menos desde hace muchos posts (única medida de tiempo válida en Blogger). Dices bien. Releyéndome, veo que mi propensión digresiva está alcanzando niveles excesivos. Y las rupturas se deben probablemente a eso.
Y ya puestos con lo griego, imagínate qué es lo que me ha animado a estructurar mi post de hoy de tal forma...
Saludos.

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