28 dic 2011

¡Gratis!, o la falacia de lo común

Hace algunos meses compré un Kindle DX, que viene a ser como un Kindle normal un poco más grande. Lo adquirí en Amazon.com y unas semanas después llegó a casa desde un almacén de Pensilvania. Inmediatamente comencé a utilizarlo con algunos textos antiguos que ya tenía, descargados de no recuerdo dónde, y lo cierto es que el aparato enganchaba bastante. No era lo mismo que leer un libro de papel de los de toda la vida, desde luego, pero la comodidad que experimentaba superaba con creces los restos nostálgicos que pudiera sentir aún por el método tradicional.

Por ejemplo, me fui de viaje unos días y me apetecía llevarme, entre otros, Anatomía de un instante, de Javier Cercas. Tengo el libro físico, me lo regalaron por mi cumpleaños, pero ni lo había tocado. Lo cierto es que ese libro y otros dos que quería llevar conmigo abultaban bastante y pensé en cambiar átomos de papel por los bits del Kindle. Por lo que busqué y encontré pirateado el magnífico libro de Cercas y lo descargué y lo introduje en el cacharro de Amazon, lo que hizo que finalmente acabara leyéndolo ahí y que el regalo de cumpleaños permanezca todavía inmaculado. La emoción digital subía por momentos.

En las múltiples webs de descargas de libros pirateados no lo encuentras todo, mucho menos si tus gustos literarios difieren de los de la masa. Pero aun así la “oferta” de lectura gratis era (/es) apabullante. Y como cuando te regalaron o compraste tu primer reproductor de mp3 y se te fue la cabeza descargando una montaña de canciones que nunca llegaste a escuchar ni una sola vez, me dediqué durante unos días a hacer acopio de “materiales” con los que dar de comer a mi flamante Kindle en el futuro. No veo necesario hacer una lista de títulos, baste con dejar claro que ni el más exigente, elitista o pejigueras se queda hoy día sin leer de gorra, por la cara. Si la maquinaria editorial se parara totalmente en este momento, no es exagerado afirmar que con lo ya escaneado, desprotegido y birlado tendríamos lectura para esta vida y dos más.

Sin embargo la industria no se detiene, sigue produciendo y arrojando títulos al mercado susceptibles de compra, lectura y… pirateo. En español, son particularmente activas dos webs de promoción de libros gratis: www.bibliotheka.org y www.quedelibros.com. Seguro que las conocéis, pero si no es así, entrad y daos un garbeo. Comprobaréis a qué niveles está llegando el ¿perjuicio para la industria?, la ¿cara dura de los “usuarios”?, la ¿dejación del Sistema?: ¿cómo hay que denominar a este fenómeno y sus consecuencias?

El argumento esgrimido por los defensores del activismo pirata en los sectores audiovisual y musical es, a mi juicio, bastante débil: un usuario que descarga ilegalmente un archivo no tiene por qué suponer una pérdida de audiencia/compradores para/del producto así obtenido. Que viene a ser como decir que quien vio gratis, pongamos por caso, Avatar en el salón de su casa y en zapatillas no habría pagado los 5 o 6 euros que cuesta la entrada para verla en pantalla grande. ¿Seguro? No me refiero a quienes la descargaron y simplemente la archivaron en un disco duro de varios Terabytes, sino a quienes se molestaron en buscarla, esperaron a que finalizara la bajada y entonces enchufaron el pendrive en la tele para alucinar con las fantasías de Cameron. Recuerdo que antes era incluso más difícil puesto que no había redes p2p ni publicidad accesible de los archivos compartidos en esas redes y el aficionado a la gratuidad cultural debía tener conocimientos de compresión de vídeo, sincronización de audio e imagen, etc.; y debía invertir algo de dinero en cedés o deuvedés vírgenes y en una grabadora medianamente potable. O tener cerca al clásico cuñado, vecino o compañero de trabajo dispuesto a mercadear con sus conocimientos y sus medios informáticos (y su tiempo) para que uno estuviera surtido de entretenimiento de alto o bajo nivel pero siempre a bajo coste. Ahora ni eso: una línea ADSL barata, una TV importada con múltiples entradas y un pendrive de 4 euros son medios más que suficientes para ampliar hasta casi el infinito la oferta fílmica nocturna. Gratis a chorro gordo y hasta que te conviertas en un fotograma remix versión screener. Y en música más de lo mismo: ya sea por la radio, por Spotify —y su más que dudoso sistema de reparto ponderado de beneficios derivados de la publicidad— o por la descarga directa de canciones o álbumes completos, la proporción entre quienes pagan por lo que escuchan y quienes no se rascan el bolsillo tiende cada vez más al cero absoluto.

Con los libros la piratería ha evolucionado de forma diferente, quizá porque su conversión a bits fácilmente trasladables de un sitio a otro no ha encontrado una razón “masiva” de ser hasta la irrupción comercial de los e-readers. Lo que no quiere decir que antes no se copiaran libros hasta la náusea. Sin ir más lejos, que levante la mano quien no haya pasado horas de tedio infinito fotocopiando libros universitarios en aquellos locales de autoservicio de copias, convirtiendo cada doble página en un folio cada vez más degradado por la carbonilla de máquinas mil veces amortizadas. Aunque con las novelas fuera diferente por aquello de la posesión del objeto y el fetichismo asociado y porque, no se olvide, poca gente leía/lee tanto como para plantearse ahorros que pasaran/pasen por el burdo sistema del fotocopiado (además, ya no está permitido). Y aun así a los precursores del sistema masivo de pirateo de libros actual no parecía importarles el indudable esfuerzo de escanear cientos de páginas con el único objetivo de ponerlas a disposición de otros piratas bastante más pasivos y amparados en el anonimato de una dirección ip. En el ICQ encontrabas (y encuentras) grupos que ofrecen miles de títulos “digitalizados” mediante la inversión de un tiempo inservible y la fuerza bruta. Creo que fue ahí donde obtuve mis primeras copias literarias ilegales: hay o había un grupo llamado Bookz que ofrecía una catarata de libros en inglés, y otro llamado Libros o Biblioteca —al que accedías a través de alguien que se hacía llamar El Gato— con una montaña de títulos en español. Leí media producción de Robert Walser en folios impresos a doble cara en un monstruo láser del trabajo. Y de Stanislaw Lem, Philip K. Dick, Philip Roth, John Cheever, J.D. Salinger y Marcel Schwob, por ejemplo. No era necesario ir a la biblioteca ni, por supuesto, a la librería, bastaba con disponer de impresora y folios —la mayoría de las veces también gratis— y el deseo insatisfecho de leer aquellas obras concretas. También leí varias novelas de Eduardo Mendoza directamente en la pantalla del ordenador, a modo de relleno de la jornada laboral de un trabajo poco exigente, con lo que Eduardo Mendoza nunca ha recibido un euro mío por la burrada de páginas suyas que leí repantingado y fumando Marlboro. Así, puede decirse que fue en la primera década del siglo XXI cuando comenzaron a converger los conceptos de educación literaria y educación digital.

Y ahora tenemos e-readers y Ipads y los libros son ¡gratis! Hace tiempo dije que si un libro no ha sido pirateado es como si no existiera. Las novelas de Javier Marías han sido pirateadas, todas. Libertad, de Jonathan Franzen, ha sido pirateada. Corona de flores, de Javier Calvo, ha sido pirateada. No hay best-seller o título sospechoso de serlo que se resista al pirateo. Sólo aquellos libros que venden muy poco, o que no encuentran entre su público “de culto” a un individuo desinteresado y con escáner y toneladas de paciencia y tiempo libre o la habilidad necesaria para cepillarse el DRM de una copia adquirida legalmente, sólo esos no han sido aún pirateados.

FRAGMENTO (editado en parte) DE CONVERSACIÓN EN EL FORO DE LA WEB QUEDELIBROS.COM
ASUNTO: Novelas para el Kindle

[morti_57]: Me he bajado un paquete con unos 8.300 libros de un total de 759 autores. Como entenderéis, la lista completa es muy larga, así que en próximos mensajes iré poniendo los autores por letras y sus enlaces.

[morti_57]: (mensaje borrado por un administrador).

[garcialuci]: Morti, insisto, no está permitida la publicación de enlaces de descarga. Si quieres puedes añadirlos a la biblioteca. Pero eso es todo.

[morti_57]: Tranqui, publiqué los dos mensajes al mismo tiempo, así que con que me lo digas una vez vale.

Lo irónico es que no permiten enlaces a copias ilegales porque entienden que la ley prohíbe publicitar los enlaces de ese tipo pero sí permiten enlaces a copias ilegales creados ex profeso —de hecho, es la base de negocio de este tipo de webs, su producto—, por lo que terminan haciendo lo que entiendo (/deberían entender) que está expresamente prohibido por la ley: publicitar enlaces de descarga de copias ilegales. (Y de paso ganar dinero con el tráfico que generan hacia esos enlaces, por ejemplo anunciando ordenadores con TV y DVD integrados de Microsoft, lo que entiendo está doblemente prohibido.)

El meollo de la cuestión radica en la adaptación del axioma popular enunciado más arriba: una copia de un libro descargada ilegalmente no implica la pérdida de un comprador de ese libro… porque: (a) la gente es coleccionista compulsiva de archivos digitales gratuitos que nunca usará o usará sólo en una proporción ínfima respecto del total descargado —un total creciente, virtualmente infinito y en la práctica inmanejable—; o (b) muchos de los usuarios que descargan copias ilegales de un libro lo hacen para comprobar su calidad intrínseca y para evaluar su posterior compra, ya sea en formato físico o digital; e incluso (c) la existencia masiva de copias ilegales fácilmente accesibles permite la difusión de una cultura hasta ahora en manos de una industria avara y demoníaca comúnmente denominada industria editorial que mantiene a los autores sumidos en la miseria y a los lectores en la inopia. Y además: “no se le pueden poner puertas al campo” o “el lector tiene derechos adicionales a la pacata lista de derechos enunciados por Daniel Pennac, como por ejemplo derecho a leer sin pagar”.

En lugar de rebatir, desmontar, refutar, confirmar o apoyar esos argumentos rústicos y urbanos, analicemos las consecuencias prácticas y lo fundamentos de este estado de cosas. Cada vez se venden menos libros, según parece por culpa de la crisis económica. Y sin embargo cada vez se venden más e-readers, según parece a causa de una “revolución” en los hábitos de lectura que, dicen, a España ya estaba tardando en llegar. Según parece esa revolución consiste en que el lector quiere disponer de lectura en cualquier momento y lugar, a precios bajos y con múltiples añadidos electrónicos que, según parece, hacen la lectura más fácil, entretenida y placentera que con un libro fabricado con pasta de papel y tinta industrial. Por lo que múltiples compañías se han lanzado a fabricar y comercializar distintos tipos de dispositivos con el ánimo de convencer al lector de las bondades de un tipo de lectura más placentera, barata y eficaz. En dichos dispositivos, el lector puede disponer de una gran variedad y cantidad de títulos al mismo tiempo, por lo que si se aburre o no le gusta el que está leyendo con sólo pulsar uno o dos botones o rascar un menú al momento tendrá otro en pantalla, que quizá le aburra menos o le interese más. Según parece, el lector habrá previamente adquirido tanto el título cuya lectura abandona por aburrimiento o falta de interés como el nuevo en cuya lectura inminente tiene puestas sus esperanzas de placer y entretenimiento; así como la mayor o menor dotada batería de títulos “durmientes” en la delgada panza de su flamante e-reader. Es decir, al parecer el lector, tras invertir una cantidad de euros nada despreciable en su e-reader flamante y eficaz, ha decidido seguir desprendiéndose de euros adicionales cada vez que considere que la lectura de uno o varios títulos podría llegar a interesarle. Lo que equivale a afirmar que o bien no existían los efectos de tal crisis económica sobre el sector del libro y lo que se ha hecho ha sido únicamente interponer, de manera forzada y artificial, un elemento más (el e-reader de marras) entre el lector y el libro, o bien los intereses económicos periféricos del sector se han rendido definitivamente, abandonando a la industria del libro a su suerte, y se han decantado por vender soportes y olvidarse del contenido. Porque el contenido es ¡gratis! Y si alguien no está convencido, que se dé una vuelta por los puntos de venta habituales de e-readers y escuche las consideraciones de compra que se hacen las parejas de compradores entre ellos: me compro esto y lo amortizo con todos los libros en papel que voy a dejar de pagar porque son ¡gratis!

FRAGMENTO DE UN ARTÍCULO DE FECHA 16/12/2011 DE LA WEB AQUINOHAYQUIENVIVA.ES

“Me he comprado un Kindle. ¿Por qué? Llevo tiempo buscando un lector de libros electrónicos. ¿Por qué? Yo soy un lector asiduo, suelo comprarme un libro al mes, aproximadamente. Como los suelo comprar de tapa dura y novedad, la broma me sale por unos 25 euros mensuales. Y como el Kindle me ha costado 90 euros, en 3 meses lo tendré amortizado. ¿Por qué? Pues porque le puedo meter cualquier libro al coste de 0 euros…”

En resumidas cuentas, de igual forma que casi nadie que decide adquirir un reproductor de mp3 o uno de DivX y XviD tiene en mente lanzarse a comprar archivos individuales de canciones o películas originales, tampoco es previsible que nadie que compre o le sea regalado un tablet o un e-reader va a hacerse fan irredento del sistema de compra de libros digitales de Amazon, Libranda o la Casa del Libro. No. Si tienen interés, pero mucho interés, en un libro concreto, lo más lejos que llegarán será a consultar algunas webs como las mencionadas más arriba, y si no lo encuentran ahí tendrán dos opciones: (1) esperar a que alguien lo piratee y coloque el enlace correspondiente o (2) comprar el ejemplar físico en cualquier librería. Este es/será el comportamiento general y no el decente, responsable y considerado que la industria del libro espera que se dé.

Si yo tuviera una editorial y hubiera comprado los derechos en español de alguna novela extranjera y hubiera encargado la traducción a algún traductor competente y después la pagara y la corrigiera, la maquetara, la imprimiera, etc., lo último que haría, tal y como están las cosas a día de hoy, sería ofrecer el mismo producto físico en versión digital, puesto que no me cabe ninguna duda de que en cuestión de días, si no horas, la novela estaría en esas webs de descarga —basta ya de llamarlas sitios de enlace— y toda la inversión, todo el esfuerzo y toda la ilusión invertidas se habrían ido al carajo en buena parte. Y si fuera autor el panorama no podría ser más oscuro en el hipotético caso de que consiguiera editar una novela y los dioses de la viralidad y las fuerzas comerciales la colocaran en una posición ventajosa: tardaría en ser abierta en canal y colgada de un gancho chorreante en forma de link menos de lo que dura una bombilla de IKEA. Sin éxito no hay retorno a la ilusión y al esfuerzo, pero con él tampoco, porque el producto pasa a ser del dominio público. Lo han decidido las fuerzas públicas, y las fuerzas comerciales han apoyado esa decisión.

Sí, vale, mientras se exija intercambio económico habrá quienes invaliden la fórmula por mor de esa falacia denominada bien común, pero sin dinero de por medio no veo cómo pueden seguir fabricándose y ofreciéndose cosas. Sin la intervención del intercambio desaparece uno de los acicates más importantes del esfuerzo humano —porque somos humanos, joder—, y si ya con este sistema estamos inundados de mediocridad, la avalancha que puede venírsenos encima gracias a una liberalidad absoluta será de una magnitud tal que nos reiremos de aquello de “la aguja en un pajar”.

Si el dinero desparece, me avisáis y cambio de idea. Ya lo he hecho una vez y no me importará hacerlo de nuevo.

11 comentarios:

Álvaro Mortem dijo...

Aunque el post es muy bueno y no seré yo quien defienda la piratería, no creo que el descenso de ventas sea por culpa (al menos mayoritaria) de las descargas digitales. La gente en este país no lee, ni gratis ni pagando, más allá de soler comprarse un libro al mes, aproximadamente. Por eso, ¿perjuicios a las ventas? Sin duda, ¿pero a quien?

Por poner un ejemplo, efectivamente los best sellers están pirateados, ¿y El rey pálido o Ejército enemigo -por decir dos que sus ventas han sido entre buenas y desorbitadas que, además, tienen edición digital-? Ni rastro. ¿Por qué? No lo sé, y si es que lo supiera podría hacerme rico para evitarlo, pero quizás pasa lo de siempre: quizás al final lo único que se piratea son best sellers; sólo se lee -en este país- lo que está de moda por comunión social, y poco más.

Para dar una visión algo más optimista y a favor de las descargas, ya que la mía ha quedado tibia y penumbrosa, le dejo con Neil Gaiman y por qué cree que la piratería de sus libros le beneficia.

http://www.youtube.com/watch?v=VlwPETn3PxM

José Luis Amores dijo...

Gracias, Álvaro. Estoy de acuerdo contigo en lo básico, sólo que creo que la facilidad de acceso a tablets y e-readers desincentiva la compra real, ya sea de libros físicos o digitales. Lo mismo que ha pasado con la música o con el cine puede pasar con la literatura. El hecho de que esos libros que comentas no hayan sido pirateados (el caso de "El rey pálido" habría que ponerlo en suspenso puesto que casi todos los libros de Wallace están ya en la red, y de hecho no hace mucho un famoso escritor mexicano llegó a colgar el enlace a "Hablemos de langostas") creo que no quiere decir nada acerca de la relación entre superventas y piratería porque bastará con que alguien se tome la molestia de desprotegerlo o escanearlo, independientemente de que sean libros mainstream o no. En estos casos estaríamos ante la idea de la cultura como bien común que legitima ante la masa su difusión ilegal.

Cuantos más dispositivos digitales de lectura haya en manos de los lectores, y más cómodos se sientan estos leyendo en esos cacharros y vayan perdiendo la idea romántica (que yo, por ejemplo, conservo) y fetichista de poseer ejemplares físicos por los que sí están ahora dispuestos a pagar y no por sus equivalentes digitales, entonces menos ventas habrá de libros físicos que por supuesto no se transformarán en ventas de libros digitales sino, en mayor medida, en descargas ilegales. La ecuación final será menos ventas de libros y mayor difusión global, hasta que el asunto reviente por algún lado. Los superventas, que son las vacas lecheras que protegen la publicación de los que no lo son, se convertirán en ventas mediocres y no podrán financiar las actividades verdaderamente culturales. Esto es un peligro real. Por ejemplo, si Random House Mondadori no vende sus cositas que gustan y entusiasman a la gente normal y poco lectora (los de un libro al mes), no tendrá recursos para publicar las novelas escandalosamente caras de producir (derechos + traducción + etcétera) de gente como Wallace, o tendrá menos.

Creo que Gaiman habla de una época anterior a esta. Y que yo hablo de una época posterior, que ya está llegando. Pero de todas formas no hay métodos objetivos ni datos contrastables para confirmar ni los fundamentos de una postura ni de la otra. Seguimos a oscuras.

Saludos.

Anónimo dijo...

Conste que yo soy de formato físico y tengo libros en mi estantería como para una, dos o más décadas; pero si se puede hacer un paralelismo con la música, la "piratería" podría servir para escuchar (leer) y descargarte música (libros) que de otra forma no hubieras sabido ni que existían (aunque sean en el idioma original).

Pilar dijo...

Me horroriza lo que cuentas. Hasta ahora he resistido sin comprar un e-reader. Pero me temo que sus Majestades los Reyes Magos me lo traerán (Si lo sé soy el doble de mala).
Me gusta leer y me gusta hacerlo en papel, pero tengo que reconocer las ventajas que tú comentas de leer ebooks. Además, en mi caso, la falta de espacio amenaza con convertirse en un problema conyugal. Así que por la paz un e-reader. ¿O no era así?
Es posible que una vez probado esté tan encantada como tú. Lo que no pienso hacer (he dicho pienso, ya veremos) es coleccionar bits sin tener el don de la inmortalidad. Es flipante, todo el mundo está encantado con sus lectores de ebooks, pero... Tengo una compañera que lo tiene desde hace un año, y es lectora habitual de libros en papel. Lleva todo el año diciéndome: Ya tengo descargado el libro de tal o de cual. La última vez que me lo dijo, hace una semana, le pregunté: "¿Qué tal se lee? ¿No se cansa la vista?" Su respuesta fue: "No lo sé aún no he leído nada en él". Aluciné, claro. Yo me niego a que esto me ocurra y espero no caer en el error.

José Luis Amores dijo...

Anónimo, se me ha ocurrido una cosa bastante ambiciosa con tu comentario. Como ser vago y económico que soy es posible que no la lleve a cabo, pero guardo el envite y procuro iniciarla en cuanto esta época deje de dar el coñazo.

Gracias por pasar.

José Luis Amores dijo...

Pilar, cuando me regalaron un discman (fíjate, ni siquiera existía el reproductor de mp3) me lancé a DESCARGAR A LO BESTIA. Todavía tengo decenas de canciones sin escuchar, y sin embargo casi siempre escucho lo mismo… Creo que el cacharro te va a gustar, y que leerás cosas que ni te habías planteado. Además podrás llevártelo a cualquier sitio, metido en el bolso o en el bolsillo de los pantalones. No se te cansará la vista, al contrario, y ahorrarás espacio (esto, en mi casa, es cómico, pero me da vergüenza contarlo) y tiempo de limpieza. Pero por otro lado creo que alternarás, pasado un tiempo de euforia, con el libro de toda la vida, y cuando vuelvas dirás: ¡ah, qué gustazo! Somos así de costumbristas.

Preveo bajonazos de ventas influenciados por la abundancia de cacharros, si no, al tiempo.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Razón no te falta. Si bien, yo también tengo un Kindle, al igual que consumo libros físicos, lo seguiré haciendo. Eso sí, puede que sea más exigente. Si el libro gusta, me haré con su copia en papel. También es cierto que no puedo permitirme comprarme todos los libros que me gustaría debido a sus precios... Algunas veces me sacrifico y otras me quedo con las ganas.

Al igual que he comprado música en mp3 de bandas emergentes o que necesitan el impulso, lo mismo hago con los autores, aunque no es lo mismo un cd por 7 euros que los 20 que cuesta en Fnac. Supongo que con los libros será igual.

Las ventas bajarán, y creo que nos veremos ante un sistema que está por descubrir. A la tecnología no hay quien la pare.

Anónimo dijo...

Anotaciones de DFW:

http://www.hrc.utexas.edu/press/releases/2010/dfw/books/

Lector Iracundo dijo...

Pues habrá que vender los libros digitales como si NO fuesen de papel.

http://lamedicinadetongoy.blogspot.com/2012/01/otra-reflexion-en-torno-al-kindle-y-la.html

José Luis Amores dijo...

Efectivamente, Iracundo, para quien esté dispuesto a pagar ¿cuánto? por un archivo. Yo te lo digo: 2 o 3 euros, y eso hasta que encuentre la forma de ahorrárselos también. Entre un par de euros y cero euros, el humano lo tiene claro: tiende al cero. O al papel.

Gracias por el link, pero ya lo he leído, y comentado. El de mi amigo Carlos deriva de este.

Saludos.

Anónimo dijo...

¿Existe alguna ley física que te impida hacer alguna cosa por tu propia voluntad sin intercambiar nada? ¿Necesitas un incentivo monetario?

En una economía automatizada y computarizada donde el trabajo humano no tendrá sentido; ¿Que sentido tendrá el dinero? ¿Alguna ley física te impide estudiar ciencias o algún arte por tu propia voluntad?

Lo que si es una falacia es la propiedad privada.

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